Después de una explicación de psicólogos y psiquiatras, los monjes comprendieron el problema. Su visión de la vida en oriente, y quizá también bajo la filosofía que han estudiado toda la vida, les hacía incomprensible la tesis de los conceptos que ahora rondan doquiera que pongamos la vista.
Quizá para entrar en la moda de principios de siglo XX, con las teorías contemporáneas de la psicología, he de confesar que yo he padecido de estos males. Sí, muchas veces y en diferentes circunstancias me siento insegura y triste, sin el coraje y la valentía para enfrentarme a ellas. Las causas pueden ser insignificantes para los demás, pero las más importantes para mí, que al final me frenan en la planeación de nuevos proyectos.
¿Un escritor puede sentir ese mismo miedo, puede ser inseguro o tímido? Pensaba que no, así que mis pensamientos me pedían rendirme, como me he rendido en muchas otras ocasiones.
No obstante, y quizá obedeciendo al fenómeno de sincronicidad del que hablaba Carl Jung, leí uno de los ensayos de Borges, Ceguera. Desconociendo su padecimiento y lo que hizo después de perder paulatinamente la vista, no pude más que sentirme obligada a intentar lo que fuera. Borges no solo cuenta la historia de su vida, sino de otros personajes cuya enfermedad, deficiencia o incluso suerte, los llevaron por un camino nuevo, que quizá nunca hubiesen explorado.
Me gusta pensar que Borges no puedo haberse topado con un padecimiento menos poético. Su ceguera fue metáfora para una de sus lectoras.

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