martes, mayo 18

No quiero ir a trabajar!!

Qué día. Comencé llegando tarde al trabajo y discutiendo con el chofer del taxi sobre la lejanía de mi oficina. Odio que eso suceda, son taxistas y no quieren que haya transito, que sus viajes sean cortos y además ganar dinero. Me voy a fijar bien en usted para no llevarla la próxima vez… Me dijo. Sí yo escogiera a mi chofer, no lo hubiese elegido a usted, pensé pero no se lo dije. Sentía que no valía a pena pelear por algo sin importancia.

Llegue a la oficina muy tarde. Los rostros y el silencio cuando chequé mi entrada no fueron discretos; obvio, el retraso era evidente. Saludé a una de las diseñadoras y felicité a otro compañero, había cumplido años, 35 para ser exactos.

Por un momento hubo cordialidad, pero como es costumbre, las exigencias banales no tardaron en manifestarse. Los pagos, las tablas de excel, los mails sobre más pagos me han agobiado desde que llegué a este lugar. Son tareas con las que tengo que lidiar para tener un lugar en la parte editorial que ahí se desempeña.

Desde hace unos meses me he cuestionado mi estancia allí. Sí, he aprendido muchas cosas de la profesión, pero en una ubicación satélite, desde lejos y siempre observando. Cada que hay un proyecto y trato de involucrarme, hay también un rembolso que hacer, un tramite para el jefe o una tarea que no puede hacer alguien más que yo.

También he aprendido sobre el precio de ser auténticos, de no usar máscaras dependiendo las circunstancias. Cuando empecé a escribir este post, recordé a Calderón de la Barca y su obra La vida es sueño. Me vino a la mente Segismundo y cómo cambia su visión de la cárcel al palacio. La vida, como a él, nos puede llevar a sitios insospechados, el punto y lo importante es no darlo todo por hecho.

Algunos de mis compañeros han salido de la torre donde empezaron; ahora están en el palacio, como reyes (y es literal). Así, cambiaron también las características de su personalidad y se volvieron como el mismísimo Segismundo, arrogantes y dictatoriales. Lo triste para mí fue observar este cambio en una persona cercana, alguien con quien tuve un vínculo de amistad.

Las acciones maquiavélicas son las comunes en la oficina. Sería mejor que fuera como en Otelo, de Shakespeare, donde todo termina de una vez, en tragedia, pero concluye. Aquí no es así, continúa y continúa… Es verdaderamente estresante.

Sé que en la industria de la moda, este tipo de personalidades también proliferan. Es más, creo que incluso son peores. Mi consuelo es que, por lo menos, allí valdría la pena ir contra corriente, observando el proceso creativo de egos aún más grandes que los que conozco, los de los grandes diseñadores.

Me gusta más la visión de mis clases de Budismo. Mi maestra siempre recalca la verdadera naturaleza de los seres, libre de ignorancia, apegos y aversiones, llamados en esta doctrina los tres venenos. Por medio de la meditación, los hombres podemos liberarnos de éstos, mismos que provocan una visión errónea de la realidad.

Apartándome del budismo, y retomando a Calderón de la Barca, espero que esta parte de mi vida sea sólo un sueño más, o por lo menos, que mañana despierte de mejor humor...


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